Juventud Obrera Católica
Es inevitable este sentimiento de culpa que cargo sobre los hombros
por no emplear más mis energías en la acción revolucionaria
en la lucha para hacer algo por el lugar donde vivo, este país sin salida
ni sitio donde mirar algo más que el crepúsculo un poco insípido
siempre teniendo como banda sonora las voces irritantes de las mujeres
que venden altramuces y pepitas, sacos de cacahuetes para descascar,
un relato de fútbol en un transistor, un nombre de un niño que han llamado,
todas estas cosas que no son nada extrañas para quien vive en este país.
Es inevitable este sentimiento de culpa que cargo sobre los hombros
por no emplear más mis horas visitando iglesias los domingos
y el resto de días de la semana, haciendo ver a la gente que existen
unas palabras más fuertes que otras, que aunque no nos garanticen la salvación
tal vez nos ayuden a pasar por el mundo de una manera diferente,
más altos, más fuertes, ciertamente más conscientes de este lugar al que
pertenecemos y al que llamamos casa, hogar, bienestar, tal vez incluso amor,
todas estas cosas que suenan siempre tan lejanas cuando vivimos aquí.
Es inevitable este sentimiento de culpa que cargo sobre los hombros
y con todo la mía ni es de aquellas vidas detenidas en las que no se hace nada
con intención de cambiar lo mucho que se viene haciendo antes de nosotros,
no, yo aún me muevo y practico la acción revolucionaria entre la gente,
respiro las palabras y las ofrezco, con las manos abiertas, no sólo los domingos,
sino cada día de la semana y aún así, esta culpa pesada sobre la espalda
esta dificultad en aceptar mi país incompleto y frágil y en formato
que me magulla la piel, los músculos y los pensamientos, y que no consigo abandonar.
Para Manuel Gusmão
No soy un arrepentido del veinticinco de Abril, por el contrario,
cómo decir mi cuerpo sin esa perspectiva de calle
donde las manos se encuentran y rasgan camisas, estiran cabellos,
engullen, masticando con los dientes, las pocas palabras que
nos sobran y acompañan, sin solemnidad, en la marcha que
baja la Avenida.
No soy una memoria de mi mismo, una americana abandonada
en un aula donde un profesor sostiene, con las dos manos,
unos míseros poemas por escribir, buscando en todos los rincones
donde nada se escribió, pasajes invisibles para lo que aún
se ha de decir, no sólo por el cuerpo de los hombres, por la fuerza de un
divino terrestre.
No soy un arrepentido, no soy lo que me falta ver
cuando poso mis gafas sobre las bibliotecas, no soy un
campesino estigmatizado, no soy un analfabeto, no consumo
el amor en pequeñas hogueras, bajo la Avenida y veo mundos
mayores, soy la luz de la emoción sobre todas las cosas vividas,
soy cuerpo, vestimenta, aventura, mujer.
Traducción de Joan Navarro
http://seriealfa.com/alfa/alfa40/LFCristovao.htm